viernes, 21 de mayo de 2010



Mmmm... no, no descubrí qué estaba mirando
1

De los cuatro muleros
que van al campo,
el de la mula torda,
moreno y alto.

2

De los cuatro muleros
que van al agua,
el de la mula torda
me roba el alma.

3

De los cuatro muleros
que van al río,
el de la mula torda
es mi marío.

4

¿A qué buscas la lumbre
la calle arriba,
si de tu cara sale
la brasa viva?

jueves, 20 de mayo de 2010

¿Aparata, yo?

Estaba leyendo el hermoso regalo que mi hizo mi novio para mi cumpleaños, el librito doble de La vuelta al día en ochenta mundos. Qué loco... es como si ese libro fuera un antecesor de los blogs. Julito retoza entre citas célebres y no tanto, entre fotos y dibujos preexistentes o no, entre música y ruido que trae, que nos pone delante de los ojos solamente si tenemos ganas de ir a buscarlo, leerlo, decodificar esos simbolitos alfabéticos, volver a codificarlos en impulsos nerviosos... (re)crear sentido.
Tiene un capítulo, apartado, ensayo o, por qué no, "entrada" que se llama Del sentimiento de no estar del todo. Si tienen la posibilidad, vayan a leerlo -si no, dado que seguramente sos mi amigo y me conocés lo suficiente, te lo presto ;)-. Allí habla de esas personas que no podemos adaptarnos del todo a la sociedad, a nuestro pesar o no. Reconozco que, viendo y considerando algunas personas con las que me he cruzado por la vida, estoy entre los que más o menos se ubican y logran, al menos, entender que es necesario hacer ciertas cosas para vivir en sociedad y, por lo tanto, sobrevivir, siempre y cuando se esté pensando en vivir en la ciudad. Mi propio novio, al igual que Julito, es un gran adaptado a la sociedad, la gente lo ama y destila carisma al pasar... sin embargo nunca entiende del todo por qué las agujas del reloj van siempre hacia el mismo lado y a la misma velocidad -que para él es siempre diferente, claro- y cosas por el estilo.
Supongo que cuando uno logra controlar esa extrañeza que suele sentir respecto del mundo, esa imposibilidad a adaptarse del todo y esas ansias imporesionantes de hacer lo que le sale de adentro aún sabiendo que en el afuera eso no debería salir nunca -hacer muñequitos con las miguitas en un restaurante, sacarse los zapatos en el colectivo, abrir los brazos mirando al cielo y largar una carcajada-, pasa a ser un ser humano común y corriente. El día en que lo logra, o el día en el que logra demostrar que lo ha logrado, le regalan una oficina, un esposo o una esposa según corresponda, y el diario del domingo. Para siempre.
Supongo también que cuando uno no logra -o no quiere- controlar esa extrañeza que suele sentir respecto del mundo para nada, cuando no quiere salir a la calle porque la gente hace cosas estrafalarias como decir "hola" o intentar indagar sobre el preciso momento en que se está viviendo con un "¿cómo estás?", cuando no pueden entender que la comida no llega sola si uno no va a comprarla al supermercado, cuando piensa que todos están confabulados de alguna extraña manera ya que se comunican a través de movimientos, gestos, dichos, como si los hubieran estudiado de algún libro mágico que ellos jamás han visto... supongo que cuando uno no es capaz de aprender que queda bien regalar un chocolate sin importar la marca, ni puede divertirse -no digo pasar al extremo de repetirla sin darle la menor significación como la gente del párrafo anterior después de su gran control- imitando alguna de las clásicas rutinas del encantamiento entre personas de sexo opuesto o del mismo sexo... ahí, entonces, esta persona se convierte en un freak, o en lo que hemos dado en llamar "un aparato".
Miles de veces me he preguntado en mi vida si yo era o no una aparata. La manera en que diversas personas me han mirado, me han preguntado por qué hacía determinada cosa como reirme ante un beso o tirar todo con gran torpeza ante cualquier sensación de alegría o nerviosismo, me llevaron a pensar que en gran medida lo soy. La gente a la que me ha interesado acercarme siempre, que podríamos llamar "diferente", también.
Sigo pensando que, como dije antes, pertenezco a ese grupito de diferentes que logran vivir en sociedad, aunque no pueden dejar de interpretar y sobreinterpretar sus reglas, aceptándolas lo suficiente como para... jugar a vivir -como dice este blog arriba-.
Pero pienso esto porque no sé hasta qué punto soy una... sé, una inadaptada social, una esperpenta que se choca con todo y habla demasiado fuerte sin darse cuenta, que dice verdades sin medir cuándo se puede y cuándo no o hasta qué punto se puede y hasta cuál no.
Amigo mío, amiga mía, ¿soy una aparata? ¿vos sos un aparato?
¿Me prometés que, cualquier cosa, me lo vas a decir? ¿Para qué? No sé... para seguir jugando a que vivo en una sociedad, para que no me saquen el trabajo y el sustento, para tener papeles, apesar de que la vida me pase por otro lado. Supongo que debe ser muy triste no encajar en absoluto.

Exonario: Demócino

Exonario: Demócino

¡Buenas Salenas!




Yyyyy... me hice un blog.
Un poco porque estoy aburrida, con anginas, sin poder salir. Pero un mucho porque hace rato que quiero tener un rinconete -sí, otro más- a partir del cual compartir las rayuelas que voy encontrando por el camino... y tal vez, por qué no, las que voy creando. Sí, creo que creo, después de treinta años de vida. Bueno, en realidad este espacio es justamente un intento de obligarme a creer que creo. Por ahora vengo acompañada por dos amores literarios que me acompañaron ya creo que siempre: Julio Cortázar y Miguel de Cervantes. Si no los conocen, viajen hacia ellos, que valen la pena.
Después de haber inaugurado esta ventanita desde la cual voy a poder chusmear con mayor frecuencia cuándo y cómo actualizan ustedes, me despido un poquitito. Así: ¡hola, y hasta prontito!