viernes, 31 de diciembre de 2010

Esperar


Wait! Wait! Wait!
Esperando que alguien
Llame para hablarte de algo,
Esperando que alguien haga algo....
Lo único que haces
Es esperar que pase algo
Pero no haces nada, nada mas que.....
Esperar es esperar,
Esperar desesperar....
Esperando que alguien llame
O haga algo que te ayude
A que alguien venga y te hable
Y que te entienda.
Lo único que haces
Es esperar que pase algo
Pero no haces nada, nada mas que.....
Esperar es esperar,
Esperar desesperar....
Nunca dije que te quise
Pero te quise mentir
Diciéndote algo bueno
Que te duela, que te duela.
Nunca dije que te quise
Pero te quise mentir
Diciéndote algo bueno
Que te duela, que te duela.
Esperar es esperar,
Esperar desesperar....
Esperando que alguien
Llame para hablarte de algo,
Esperando que alguien haga algo....
Lo único que haces
Es esperar que pase algo
Pero no haces nada, nada mas que.....
Esperar es esperar,
Esperar desesperar....
Wait! Wait! Wait!

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Quiero pasarla bien

Resulta que el 15 de noviembre me agarró hipoacusia súbita. ¿Qué es eso? Perdí completamente la audición del oído izquierdo. Según el otorrino por stress. Seis horas más tarde me agarró síndrome vertiginoso. Una verdadera mierda. De martes a viernes obligándome a comer un poquitín para tomar la deltisona, la ronistina, el taural, el alplax y la pastilla anticonceptiva por el fibroma que venía de antes. Y vomitando hasta el agua, claro. Después empecé a comer pero no podía moverme. Una semana más y ya caminaba como una viejita por la calle, agarrada del brazo de alguien, toda contracturada, flaquísima y con miedos terribles porque escuchaba de un lado solo y si movía la cabeza me mareaba. Una semana más y ya estaba físicamente repuesta, sin contracturas casi, con 48 kilos, un lujo... entonces me di cuenta de que tenía fobia, horror a quedarme sola, horror a salir, que estaba demasiado nerviosa -los corticoides ayudaban- y quería hacer todo junto, me cortaba los dedos por cortar un tomate y ponía a lavar la cajita de cartón con saquitos de té. Y tuve miedo, mucho miedo, y empecé a hacer los trámites en la obra social para hacer terapia.
Fui entendiendo, entre martes y viernes de la semana pasada, que el haber perdido el oído, además de producirme pérdida del equilibrio y vértigo, me hacía sentir insegura y frágil, así como todo ese choque emocional que había vivido, sentir que no podía ni comer ni escuchar un cuento para chicos -claro que era ruso y es casi imposible de seguir para un chico argentino, y yo tenía la mente de una nena en ese momento-, sentir que el cuerpo estaba mejor pero darme cuenta de que todo había sido psíquico y/o psicológico, enterarme de que sí había sido stress y lo mejor que puedo hacer ahora es estar tranquila, en lugares sin ruido, con mi música, lejos de gente traumatizada y que sin querer me transmite sus propios impulsos nerviosos, además de que me hace discutir...
En fin, recuperé un poquitín del oído ya. Según el doctor, una paciente de él empezó a escuchar dos meses después de haber tomado los corticoides, así que corro con ventaja: los ruidos graves, los camiones, me matan de nervios porque tengo el oído muy sensible, pero a la vez eso significa que los escucho... "pasé" la prueba de los diapasones y este viernes tengo otra audiometría. Creo que no cambiaron mucho las cosas del martes de la semana pasada a hoy (miércoles)... pero sé que no tengo que desesperanzarme.
La cuestión es que me pudrí de algunas cosas, al menos por ahora. Me pudrí, sobre todo, de que no me crean, de que no me entiendan. Al principio me asustaba y me ponía mal... el médico laboral no me creía? la escuela? mi esposo no me creía, él, que me acompañaba a cada rato, me decía que yo era la que decidía no querer quedarme sola pero él quería tener su vida, porque...
Mi vieja sí. Mi viejo también. Me creen y me cuidan. Mi esposo también, pero a veces, cuando es capaz de dejar su neurosis de lado, cuando hace rato que descansa solo y vuelve a verme. Pero todavía no entiende que si viajé sola, escuché ruidos terribles de bocinazos en el centro -amén del movimiento del colectivo-, esperé el colectivo 20 minutos sola en una avenida sabiendo que no escuchaba lo que pasaba atrás, no pudiendo mover mucho la cabeza porque me mareo y con un bolsote que llevaba porque pensaba que, como siempre, el colectivo no iba a tardar más de cinco minutitos, me tuve que bajar antes y esperarlo varios minutos justo frente al puesto de diarios donde habían querido asaltarnos alguna noche, porque se había ido a la parada de otro colectivo a esperarme... en fin, sé que es un trabajo mental mío... pero necesito compañía, no críticas, no discusiones, sí charla, mucha charla... pero lo que menos necesito en este momento es que me dejen sola o estar en lugares en los que no quiero estar.
Quiero pasarla bien. Estoy lográndolo bastante, me gusta el libro de meditación, me gustan los ejercicios que estoy haciendo, me gusta ir a pasear y comprar por la calle San Martín en Avellaneda, me gusta pasear con amigos, me gusta tomar helado, me gusta recostarme cuando se me canta o cuando estoy mal, me gusta haberme animado a leer de nuevo, me gusta escuchar música, ver las fotos de los bebés de mis amigas, sentir el olor de las flores, verlas, jugar con los gatos, oler prefumes, probar cómo me queda la ropa ahora con cuatro quilos menos de los que tenía antes -sí, ya tengo 50 kilos... en realidad no están tan mal, pero por ahí 52 es mejor-, me gusta bañarme, me gusta usar la computadora cuando quiero, salir cuando quiero, ir por lugares con pocos colectivos, con mucha luz o mucha sombrita de árboles, sentir que me bronceo o que la brisa me lava la cara...
Siento que por alguna razón renací, me dieron la oportunidad. Quiero seguir haciendo las cosas que me gustan... cuando pueda volver a un estado beta me va a gustar mucho volver a estudiar, siempre me gustó estudiar y extraño mucho mover mi cerebrito... también me va a seguir gustando salir a pasear los sábados temprano por la mañana para sentir el solcito y el vientito que solamente se sienten en ese momento... tal vez el domingo, si no está muy peligroso... y me va a gustar mucho hacerlo sola, y no obligar a alguien que lo va a hacer con su sonrisa falsa y su irritación por cosas que no son. Va a seguir gustándome sentarme en plazas o parques si están en el camino o si tengo un rato para desviarme por ejemplo entre escuelas -gracias, Parque Rivadiavia-... y la música, y cantar, van a seguir gustándome, pueda escuchar o no. No sé bailar... ahora se me torna más difícil porque pierdo el equilibrio fácilmente y sé que es una cuestión física además de psicológica... pero sí moverme, al menos sin girar, mover mi cuerpo y sentirlo, y verlo en el espejo... por ahí hacer gimnasia, si no puedo bailar...
Ahora puedo, estoy en vacaciones forzadas... lamentablemente no es así para mis amigos, así que no puedo contar con ellos tanto como me gustaría... pero poco a poco voy saliendo de mis fobias -que son muy fuertes cuando me siento débil y aturdida-, voy pudieondo moverme sola... tengo compañía también en mi nueva psicóloga -que llegó una hora tarde la primera sesión, pero no por eso dejó de serme útil-...
Quiero aceptarme y ser aceptada como soy. Y si a otro no le sale entender, que se cague... salvo que me interese mucho, entonces voy a tratar de que entienda. Pero ya no más con llantos de una hora que me dejan aturdidísima y agotada, no... ahora me cuido. Me quiero. Si no entiende, ya entenderá. Por carta, por mail, por una discusión madura, porque le digo mi punto de vista y me voy a pasear... pero ya no quiero aguantar cosas que sé que en este momento me hacen mal. NO SOY OMNIPOTENTE, SOY FUERTE, NO SOY INVENCIBLE NI INMORTAL. Me agarran hipoacusias súbitas por stress. Y sí, mi mamá me sigue haciendo compañía cuando lo necesita... es la única que sabe cuándo necesito que me den la mano mientras caminamos.

sábado, 6 de noviembre de 2010

Soñar con caras


Soñar con caras. Caras quebradas, crispadas, feroces, angustiantes, hirientes en su propio dolor. Gritos mudos de impotencia, de sorpresa, de incredulidad, de rabia. Caras que transcurren, paulatinas, una tras otra; iguales en comunión, tan diferentes en edad, en traza. Familiares, exóticas, caras. Y lágrimas, lágrimas eternas por su continuidad, por su repetición. Excitación instantánea, fervor y fuerza en las miradas llameantes. Consuelo, alivio, descanso. Muecas grotescas imposibles de apaciguar, llagadas por la mano de Dios Cantos, manos unidas, promesas entre los que permanecen. Esperanza.
Caras que se unirán por siempre a los sueños de una mujer que, cuando anciana, relate incesantemente trozos de escenas vividas que escasas mujeres en el mundo han podido vivir, y relate el mítico pasar por su vida de un hombre mágico que, luego de dos mandatos de gobierno, y mientras la acompañaba en el suyo propio, logró descansar eternamente el mismo día en el que miles de personas que no distinguen entre el partidismo político y el amor por el país en el que nacieron, trabajan, residen, decidían no censarse. Un hombre que murió para que el pueblo pudiera unirse, sin miramientos políticos, en la esperanza de una vida mejor propulsada por la unión.
A nosotros nos ayudó a encontrar los deseos de buscarnos, de ser más. No somos los que gobiernan, no somos los integrantes de ninguno de los partidos opositores ni oficialistas, y sin embargo estamos en todos lados. Queremos, con todo lo que eso implica, aprender y animarnos a comprometernos con la suerte que tenemos por seguir vivos.
Así sea.
Mientras tanto, existe un inconsciente que no deja de ver, fantasmagóricas, caras.

sábado, 18 de septiembre de 2010

Un cuento

Se envolvió en su bufanda, como si quisiera ocultarse. Abrió la puerta de calle. Un golpe de aire frío castigó sus ojos y sus manos. Titubeó un instante antes de salir. Avanzó, completamente decidido. No había paso atrás posible. Por fin cortaría las barreras que le habían impedido convertirse en un auténtico hombre urbano. Quedaba, todavía, caminar hacia la parada, esperar el colectivo unos diez minutos promedio, viajar durante cuarenta o cincuenta minutos, caminar dos cuadras más, tocar timbre y esperar. En ese tiempo, Rubén pensaba discurrir y culminar su idea, plan que podría evaporarse en el aire si no lograba figurar, concretizar y solucionar diferentes coordenadas hipotéticas. Mientras tanto, un vapor parecía ocupar toda la superficie interna de su cabeza, tras el cual percibía las imágenes más horrendas y las más seductoras según su propia cosmovisión. La imprevisibilidad de lo que estaba a punto de suceder, junto con la absoluta certeza de que sus corazonadas eran la única respuesta a todos los dilemas universales, lo impulsaban a pesar de una sensación de desconocimiento del peso y el movimiento de su cuerpo. Cómodo en su disfraz invernal, tan abultado que le impedía tomar conciencia de sus extremidades, se ubicaba en una butaca virtual para admirar los espectros que en su mente lograrían, tal vez, la fórmula precisa. Mientras tanto, cientos de posibles escenas se desarrollaban detrás de la espesa y agobiante nube de su conciencia.
“¿Cómo no voy a tener miedo?”, pensó casi en voz alta, detenido en la parada del colectivo. Al sentir esas palabras tan vívidas, tan por delante de cualquier imagen mental o real, sintió una turbación que lo inquietó y lo regresó a la realidad. Inmediatamente notó que el no haber prestado demasiada atención al control de sus movimientos anteriores podría haber afectado su imagen pública. Sus gestos habrían sido tan elocuentes como los colores y figuras pasionales que habitaban su interior entonces, aunque no tanto como el lenguaje que gradualmente parecía animarse a metamorfosear sensaciones en realidades más concretas. Encendió un cigarrillo cuyo humo se confundía con el de su aliento helado, mientras observaba, sin hacerlo realmente, a las demás personas que pasaban o paraban junto a él; a los autos y colectivos entre los que, estaba seguro, aparecería el que esperaba y se iría antes de que llegara a darse cuenta de la coincidencia entre su esperanza y la realidad. Esa coincidencia que siempre le resultaba cierta, aunque en ese momento lamentara que así fuera. Pasó el 132; no logró la reacción requerida de la mano derecha, anonadada entre la nueva orden y el sostén del cigarro, tal cual había previsto que ocurriría aún antes de sacar la caja del bolsillo. Sin asombro, aceptó su maldición en silencio. En el laberinto de sus hilos mentales, cada momento era análogo a la tragedia inminente.
Miró por la ventanilla, sin poder recordar cuánto tiempo había estado ahí sentado. Faltaba, todavía. Los edificios, enormes, le daban la sensación de estar atiborrados de personas ateridas cuyas caras azuladas se frotaban con las de otros para apaliar el efecto de la temperatura y la soledad del alma. Porque no tenía ninguna duda de que, así como el hombre excedido en peso que acompañaba su paseo se encontraba tan cerca de él que podían verse como gemelos ignotos y ajenos, de esa misma manera todos los habitantes de la ciudad compartían esa tarde helada la cercanía táctil y el desconocimiento esencial de su vecino, de su familia, de sí mismos. Vacíos, de ideas, de sentimientos, robotizados dentro de una piel azul.
“Seguro. Seguro que es así.” Los labios marcaban el límite de la negación al razonamiento. Para lograr la fortaleza requerida debía obligarse a pensar en todas las alternativas y decidir cuál sería su reacción en cada caso. Un no a prueba de cualquier eventualidad, así debía ser. Lo más difícil era asumir una de las posibilidades, la más aterradora; la que, Casandra masculino, vaticinaba; la que, inconsciente humano al fin, trababa la puerta de la razón con el horror de su atisbo. Diez minutos más de viaje en colectivo y dos cuadras a pie para animarse a enfrentarlo como posible y clarificar sus respuestas.
“Aunque así sea. Porque no soy un culpable. Soy responsable de mi propia vida. No puedo volver atrás ahora. Por una vez, voy a ser respetable ante mí mismo. Tal vez también ante el mundo y ante los dioses eternos del Olimpo. La ciudad quiere hombres que hagan valer sus derechos, no que se subsuman ante cualquier súplica, ante cualquier irregularidad. La cosmopolita y enajenante ciudad quiere hombres duros, seguros, potentes, autosuficientes. No puedo depender, no puedo depender más. No puede ser que sigan dependiendo mi felicidad, mi deseo, mi desesperanza, de una situación inestable, fluctuante. No es no, y será no desde ahora y para siempre. Y si es así, y aunque así sea, lo siento. Realmente lo voy a sentir. Pero voy a ser hombre, un hombre de verdad.”
Masculló su discurso en voz no audible, pero el aire interno que desentumecía sus labios transmitía a esas afirmaciones el poder de convicción que necesitaba. No percibió a la mujer que tenía la vista fija en su boca con una curiosidad ridícula. No le importaba en ese momento que alguien notara que hablaba solo. Como otros tantos miles, millones de seres que habitaban la ciudad, con su mutismo, su enajenación, su stress necesario y honroso.
Al llegar a la puerta ya no había sombras en su mente ni palabras posibles. Todo era una cuestión de postura, maqueta de lo que él mismo había decidido ser.
-Devolveme mis cosas
-Pero, amor…
-Devolveme mis cosas. Si encontrás mi alma, devolvémela también. Si no, con mis cosas me conformo por ahora.
-Te vas…
-Me echaste
-Pero era…
-Pero era para seguir una y otra vez lo mismo. No puedo sostener más esto. Y no quiero hablar, no quiero mirar tus lágrimas, no quiero escuchar cómo te golpeás el pecho y te rasgás las vestimentas una vez más. Hagámoslo rápido, porque esta sí es la última vez. Dame las cosas.
-¡Pero amor no, no, por favor, hablemos, las cosas pueden cambiar!
-Me harté de tu histeria. Un día me amás como a nadie en el mundo, al otro día me echás y me impedís entrar en mi propia casa. Yo tengo una dignidad, ¿sabés? Tengo una posición social. En este momento estoy destruido, me siento terriblemente perdido, como siempre que pasa algo así.
-Y por eso, amor… pedime perdón y hablemos
-¿Perdón yo? Nunca me pregunté eso. ¿Por qué tengo que pedirte perdón por tu locura? Querés que venga, que esté, que te cuide, que te compre tus pelotudeces, que te acompañe a tus reuniones ridículas, que te pegue y ponga orden en la casa. Pero un buen día te volvés loca y me echás. Esta fue la tercera vez, la vencida. Yo ya no puedo más.
-No, no, no, perdoname, seguro que estuve mal yo… no tendrías que haberte ido, por ahí si me lo hacías entender en ese momento, si te quedabas, porque estaba mal, me puse mal, me saqué, no tendría que haber sido así
-¿Cómo te iba a hablar en ese momento si me estabas amenazando con echarme la pava entera hirviendo en la cara? ¿Sabés lo que decís, boluda? No, no quiero más, no puedo más. Tengo derecho a empezar de nuevo.
-Tenemos derecho.
-Tengo derecho. Vos hacé lo que quieras de tu vida. Ya no me importa, ya no quiero tener nada que ver. Mi destino está en otra parte, lo reconozco, lo acepto, y no puedo no seguirlo.
-Estoy embarazada.
Era así. Su premonición era acertada. La hipótesis correcta. Sin embargo, en el instante en que las palabras salieron de la boca de Magui el vértigo lo sumió en una sensación de sopor profundo del que no podía salir. El horror había hecho que tuviera en cuenta esa posibilidad, como el negro espectro de jirones de humo que había rondado alrededor de su cuerpo durante días. Pero el mismo horror había logrado que nunca hubiera puesto en palabras la idea. Nunca había imaginado a su Magui diciendo esas palabras. Todo ocurría ahora en cámara lenta. Sentía su propio rostro desfigurándose de sorpresa, pero en su interior la angustia se regocijaba en la certeza de su castigo profético, ganado tal vez por su hybris, su desorden vivencial terrenal; tal vez como karma sisífico por haber descubierto demasiadas verdades en alguna vida anterior. Marioneta del destino, de sus actos, de sus pasiones, depositó su cuerpo en un sillón sin poder reaccionar ante lo que ya sabía.
Ella lloraba, mirándolo. Al cabo de dos minutos, el malestar de su amado era lo suficientemente fuerte como para que ella olvidara cualquier insulto, cualquier golpe, cualquier amenaza de abandono. También la certeza de que su noticia había surtido el efecto que esperaba la obligaba a hacer “buena letra”. Le trajo un vaso de agua y otro de whisky, para que él eligiera. Se arrodilló a su lado, sonriendo, y le extendió ambos vasos. Intuición femenina, consejos de amigas, la pastilla olvidada alguna vez. En todo caso él se enojaría, la golpearía un poco, pero quedaba atado para siempre.
Rubén sabía que esa artimaña era muy popular entre las latinoamericanas machistas sometidas que no lograban creer que su vida dependía de ellas mismas, de sus sueños y sus fuerzas, del amor. Sabía que a muchas mujeres les costaba integrarse en ese sentir urbano. Sabía que muchas mujeres, que todas las mujeres que conocía, lo adoraban con mayor o menor distancia como a un ser omnipotente, capaz de insuflarles la vida, el sentido de la vida, los bienes materiales, los hijos, los zapatos. Las despreciaba. Despreciaba esas vidas inútiles que vagaban esperando un macho que las tratara como poca cosa, que las engañara para hacerles sentir. Porque fuera de las telenovelas, el sentimiento sólo aparecía con los celos, la tarjeta de crédito y los cachetazos. Despreciaba a todas las mujeres en cada una de ellas. Seres evidentemente inferiores, capaces de aberraciones como esa. Y sin embargo no podía vivir sin ellas. Nunca había podido hacerlo. Las necesitaba, necesitaba en algún momento un regazo donde llorar su borrachera, donde ser un nene golpeado por una vida que se burla de los soñadores. Necesitaba que lo necesitaran. Y volvía, siempre volvía pidiendo perdón en un circo eterno de pasiones.
La sonrisa de Magui fue tornándose más real. Reconoció la cara, la casa, su propio gesto sonriente, la lágrima de hombre que asomaba. Recordó también que ya había pensado una respuesta, recordó que se había prometido ser fiel a sí mismo. Vislumbró, en la súbita seriedad de la mujer, que estaba recobrando la cordura. Vislumbró, en la súbita pequeñez de la mujer, que él ya estaba en pie, listo para marchar.
Un grito mudo convirtió el rostro de Magui en una caricatura espantosa. Se tomaba la panza mientras su cara desaparecía tras las lágrimas. La miró, fijamente.
-Está bien, quedate con las cosas. Disfrútenlas. Vendé la ropa, si podés.
-¿Pero por qué? ¿por qué?
-Ella también está embarazada. Tres meses. No me jode, nunca me jodió. Tiene casa propia, menos gastos. Ah, fijate cómo arreglás lo del alquiler, ya se acerca fin de mes. Hoy hablo con la dueña, pero no creas que te van a dejar mucho tiempo. Suerte.

sábado, 4 de septiembre de 2010

¿vieron que de repente la vida deja de depender de uno? ¿Vieron que de repente todo lo que decís se te caga de risa en tu cara? ¿Vieron que de repente hablaste para que no te escuchara ni el viento? ¿Vieron que de repente lo único que podés hacer es decir que sí a lo que otros te proponen, mirada picarona, sabiendo que es justamente lo que juraste solemnemente no hacer? ¿Vieron?

viernes, 30 de julio de 2010

Un yo que recupera su yo

Ahí viene, ahí viene, por fin. Maldito 24, cuando estoy apurada… a ver cómo lo paro, porque entre el bolsito y la bolsa. Bue, paso la bolsa para acá, lo paro… se acerca a la vereda, aprovecho para buscar las monedas. Claro tenía que dejar libre la izquierda para buscar las monedas que están en el bolsillo derecho, también yo. Ya abre la puerta, me subo buscando las monedas así no pierdo tiempo.
Debe estar borracha… algo le pasa. Cuando dio el primer paso en el escalón del colectivo casi se va para atrás, y así y todo no se dio cuenta de que un bolso y una bolsa en una mano servían para tener la otra libre y agarrar el pasamanos. Tiene la mano en el bolsillo cruzado. El colectivo arranca y casi se va al piso. Si no está borracha o drogada, no sé. Saluda al chofer. “Gracias. Buen día”. Se ve que fue bien educada, pobrecita. Pero así toda despeinada, con las zapatillas viejas, sin equilibrio… encima debe querer que el chofer le tenga lástima y la deje pasar. Eso, seguramente no trajo monedas. Se hace la loca, como todas. Por lo menos no se le acerca haciéndose la volantera, pedalera, bondiera o como se diga. De esas hay muchas, miles. “Uno veinticinco”. Le pidió, le tuvo que pedir el boleto, no le sirvieron las tretas. Se muerde la lengua de costadito para terminar de sacar las monedas… algún problema motor, capaz que es estúpida. Pone las monedas de a una, como si quisiera mostrar que sabe lo que hace. Una se le cae. La levanta y la pone. Parece que no le da el boleto, o ella actúa como si eso pasara. Seguro que tenía de menos. Después de mirar tres veces si el boleto está, se da cuenta de que una moneda puede haber pasado de largo. Ahí estaba. Claro, la de cinco centavos había pasado de largo, la tontita se dio cuenta de que es algo que suele suceder. Viene el boleto, agarra el boleto y empieza a caminar como un bebé grande, con esfuerzo, hacia el interior del vehículo. Se agarra, en medio del pasillo, de un asiento de cada lado. ¿Qué hace? Ah, estaba previniéndose porque sabe que en esa esquina dobla. Cara de esfuerzo, actriz de teatro grotesco. Fin del giro. Miradas disimuladas. Se acerca a un asiento, pone el bolso entre los pies, la bolsa al costado.
Listo. El yo recuperó su yo. Yo recuperé mi yo. Casi, en realidad. Todavía algunas miradas inquieren, seguramente, si estaría todo bien en la cabeza que guía ese cuerpo, en el estado de sobriedad del mismo. Saco el celu: “¡hola, amor! ¿Cómo estás? Bueno, ya estoy yendo. Besitos, te veo en un rato. ¡Te amo! ¡Mua!”.
Si alguien tiene un amor, tan mal no debe estar, ¿no? Me sereno. Soy yo. Con mi difícilmente defendible yo. Con mi paranoico yo que viaja en colectivo y tiene que ser un yo más entre todos los yoes de la ciudad. Con un yo que se asienta en mi cuerpo, deja que mis ventanitas vayan atrayendo colores, sonidos, formas, aromas, permite que la máquina loca que está arriba haga pie –junto con mis propios pies en el suelo móvil- y deje de dar vueltas inútiles. Nunca fui algo diferente de lo que los demás son. Estar adelante intimida. Pero todos los pasajeros pasaron por ese momento antes de estar en sus sitios actuales. Sentada, puedo dejarme ser. Sola. Sin paranoias.

sábado, 3 de julio de 2010




No te quedes ahí
despertando el ayer,
despertar es seguir,
animarse a caer.

No hay dolor que pueda más.
Tomá mi mano así,
hay tantas formas de sentirse real.
No se puede vivir
eternamente igual,
buscar otro camino
que nos lleve por más.

¿Qué es el agua si no hay sed?
Tomá mi mano así,
hay tantas formas de sentirse real.
Dame lo que te dí,
hagamos del mundo nuestro mundo,
el instante en el que estás vivo

¡¡¡Feliz cumple, Mickieeee!!!
Escribir, ¿es mejor que escribirse? ¿Sería más fácil si pudiéramos escribirles las vidas a todos los que nos rodean, a todos por los que nos preocupamos?
Es más fácil: Mi gato preferido fue atropellado por un tractor/ qué dolor, qué dolor.
Mi vieja se cansó de romper las pelotas y decidió suicidarse en serio. Por fin.
Mi novio hizo algo para estar conmigo. Cualquier cosa, para estar conmigo.
¿Y la mía? También es más fácil:

Hoy cuando me desperté
me sentí hermosa y tierna,
tenía ganas de cantar.
Salió un grito horrible: ¡fue!
¡Mando a todos a la mierda,
me voy al aire a volar!

Una sextina alterna, ¿no es hermosa? ¡Qué difícil meter las palabras en números limitados de sílabas y con rimas…! No, no es difícil. Es una pelotudez. Es fácil escribir. Basta animarse a hacerlo. Y si te sale mal, tenés otro papel. O lo comprás. O lo pedís.
Pero escribirse… ¿no es igual de fácil? En el fondo es la misma técnica: ponerse a ser. Donquijotear. Dejar las blandas plumas, convertirse en pluma uno mismo.
-¿Qué es lo difícil entonces?
-Supongo que escribir bien. Pero no contar las sílabas y verificar la rima, sino hacer literatura.
-¡Ah, ahí está la cosa! Porque yo escribo lo que me sale y estoy contenta, pero con mi vida ¡quiero hacer literatura! ¡Es mi única vida, quiero que sea LA vida, porque de hecho lo es, para mí!
-Y si lo es… ¡ya está! Ya es especial, sólo por ser.
-¿Ya es literatura?
-Nein! Nunca va a ser literatura. No intentes, porque nunca va a ser literatura.
-Pero pero pero pero
-¿Sabés que diferencia la literatura de casi cualquier otra cosa? Que es ficción. Por más realista que sea, por más que para vos la definición de literatura haya sido siempre “es la exageración de la vida misma, con los datos cambiados o no”, la literatura no deja de ser ficción. Por más que sepas que Cortázar era Oliveira y era Manú Traveler, sabés también que no era ninguno de ellos, aunque compartiera dires y sentires con ambos.
-Pero… ¡es! O sea… ¡puede ser! Si escribo que vuelo, siento que vuelo… es exagerado, puedo sentir que me libero…
-Vivir es vivir. Es acotado, sí. Pero también tiene unos límites que están muuuucho más allá de donde vos misma imponés que estén. Ahí es donde hay que taladrar con la cabeza pluma. Si querés, si tenés ganas. Eso es lo que podés hacer para vivir. Dejar de pensar, dejar de ‘escribir’ o ‘escribirte’, y dignarte a ser.
-Let me be
-Sep. I’ve got to let me be.

viernes, 4 de junio de 2010




Opuestos, colores opuestos, direcciones opuestas.
Ejércitos enemigos descansan en sus eles.
Opuestos, desafiantes, estratégicos,
certeros, esquivos, sangrientos.
en medio del campo de batalla, ¿qué no harían por devorarse,
por eliminarse el uno al otro,
si la vida del señor, de su reina, están en juego?
Vasallos fieles, equina sumisión, al arma.

Desde afuera... cuadraditos de colores,
negros y blancos, pero podrían haber sido
diferentes si en la mecánica reproducción se colaban mariposas...
Desde afuera, muñequitos de plástico,
tan chiquitos en una mano... tan frágiles...
Si se miran, ¿se aman?
Yin y el yang, ¿se complementan?

Hermosos caballitos, juguetones, entretenidos,
bailan sobre escaques en el movimiento más original y divertido.
Se esquivan, se adelantan con música rusticana o sonidos casi azarosos.
Danzan la alegría, la picardía, la suerte, la atención,
hasta que salen y esperan, riéndose bajito y alentando por su rey,
la próxima partida.

Blanquito mío, ¿querés a esta negrita, no para que te coma, no para que te elimine,
para que te complemente y te acompañe en tu crecimiento,
hasta que la muerte nos separe?

viernes, 21 de mayo de 2010



Mmmm... no, no descubrí qué estaba mirando
1

De los cuatro muleros
que van al campo,
el de la mula torda,
moreno y alto.

2

De los cuatro muleros
que van al agua,
el de la mula torda
me roba el alma.

3

De los cuatro muleros
que van al río,
el de la mula torda
es mi marío.

4

¿A qué buscas la lumbre
la calle arriba,
si de tu cara sale
la brasa viva?

jueves, 20 de mayo de 2010

¿Aparata, yo?

Estaba leyendo el hermoso regalo que mi hizo mi novio para mi cumpleaños, el librito doble de La vuelta al día en ochenta mundos. Qué loco... es como si ese libro fuera un antecesor de los blogs. Julito retoza entre citas célebres y no tanto, entre fotos y dibujos preexistentes o no, entre música y ruido que trae, que nos pone delante de los ojos solamente si tenemos ganas de ir a buscarlo, leerlo, decodificar esos simbolitos alfabéticos, volver a codificarlos en impulsos nerviosos... (re)crear sentido.
Tiene un capítulo, apartado, ensayo o, por qué no, "entrada" que se llama Del sentimiento de no estar del todo. Si tienen la posibilidad, vayan a leerlo -si no, dado que seguramente sos mi amigo y me conocés lo suficiente, te lo presto ;)-. Allí habla de esas personas que no podemos adaptarnos del todo a la sociedad, a nuestro pesar o no. Reconozco que, viendo y considerando algunas personas con las que me he cruzado por la vida, estoy entre los que más o menos se ubican y logran, al menos, entender que es necesario hacer ciertas cosas para vivir en sociedad y, por lo tanto, sobrevivir, siempre y cuando se esté pensando en vivir en la ciudad. Mi propio novio, al igual que Julito, es un gran adaptado a la sociedad, la gente lo ama y destila carisma al pasar... sin embargo nunca entiende del todo por qué las agujas del reloj van siempre hacia el mismo lado y a la misma velocidad -que para él es siempre diferente, claro- y cosas por el estilo.
Supongo que cuando uno logra controlar esa extrañeza que suele sentir respecto del mundo, esa imposibilidad a adaptarse del todo y esas ansias imporesionantes de hacer lo que le sale de adentro aún sabiendo que en el afuera eso no debería salir nunca -hacer muñequitos con las miguitas en un restaurante, sacarse los zapatos en el colectivo, abrir los brazos mirando al cielo y largar una carcajada-, pasa a ser un ser humano común y corriente. El día en que lo logra, o el día en el que logra demostrar que lo ha logrado, le regalan una oficina, un esposo o una esposa según corresponda, y el diario del domingo. Para siempre.
Supongo también que cuando uno no logra -o no quiere- controlar esa extrañeza que suele sentir respecto del mundo para nada, cuando no quiere salir a la calle porque la gente hace cosas estrafalarias como decir "hola" o intentar indagar sobre el preciso momento en que se está viviendo con un "¿cómo estás?", cuando no pueden entender que la comida no llega sola si uno no va a comprarla al supermercado, cuando piensa que todos están confabulados de alguna extraña manera ya que se comunican a través de movimientos, gestos, dichos, como si los hubieran estudiado de algún libro mágico que ellos jamás han visto... supongo que cuando uno no es capaz de aprender que queda bien regalar un chocolate sin importar la marca, ni puede divertirse -no digo pasar al extremo de repetirla sin darle la menor significación como la gente del párrafo anterior después de su gran control- imitando alguna de las clásicas rutinas del encantamiento entre personas de sexo opuesto o del mismo sexo... ahí, entonces, esta persona se convierte en un freak, o en lo que hemos dado en llamar "un aparato".
Miles de veces me he preguntado en mi vida si yo era o no una aparata. La manera en que diversas personas me han mirado, me han preguntado por qué hacía determinada cosa como reirme ante un beso o tirar todo con gran torpeza ante cualquier sensación de alegría o nerviosismo, me llevaron a pensar que en gran medida lo soy. La gente a la que me ha interesado acercarme siempre, que podríamos llamar "diferente", también.
Sigo pensando que, como dije antes, pertenezco a ese grupito de diferentes que logran vivir en sociedad, aunque no pueden dejar de interpretar y sobreinterpretar sus reglas, aceptándolas lo suficiente como para... jugar a vivir -como dice este blog arriba-.
Pero pienso esto porque no sé hasta qué punto soy una... sé, una inadaptada social, una esperpenta que se choca con todo y habla demasiado fuerte sin darse cuenta, que dice verdades sin medir cuándo se puede y cuándo no o hasta qué punto se puede y hasta cuál no.
Amigo mío, amiga mía, ¿soy una aparata? ¿vos sos un aparato?
¿Me prometés que, cualquier cosa, me lo vas a decir? ¿Para qué? No sé... para seguir jugando a que vivo en una sociedad, para que no me saquen el trabajo y el sustento, para tener papeles, apesar de que la vida me pase por otro lado. Supongo que debe ser muy triste no encajar en absoluto.

Exonario: Demócino

Exonario: Demócino

¡Buenas Salenas!




Yyyyy... me hice un blog.
Un poco porque estoy aburrida, con anginas, sin poder salir. Pero un mucho porque hace rato que quiero tener un rinconete -sí, otro más- a partir del cual compartir las rayuelas que voy encontrando por el camino... y tal vez, por qué no, las que voy creando. Sí, creo que creo, después de treinta años de vida. Bueno, en realidad este espacio es justamente un intento de obligarme a creer que creo. Por ahora vengo acompañada por dos amores literarios que me acompañaron ya creo que siempre: Julio Cortázar y Miguel de Cervantes. Si no los conocen, viajen hacia ellos, que valen la pena.
Después de haber inaugurado esta ventanita desde la cual voy a poder chusmear con mayor frecuencia cuándo y cómo actualizan ustedes, me despido un poquitito. Así: ¡hola, y hasta prontito!