
El mar se repliega. Tanta gente osa profanarlo, penetrarlo, perforarlo. En su huida deja una enorme huella húmeda sembrada de piedras, caracoles, envoltorios de diferentes comestibles y otros tesoros que, aterrado, olvida.
Una bolsa viva o agua muerta parece querer acercarse a mi empeine en movimiento que, junto al resto de mi ser, se deja llevar distraídamente, concentrado en la angustia cantada y danzada del mar ultrajado por pelotas, mallas, risas y orín.
La fascinación afortunadamente cede para permitirme detener el paso justo antes de comenzar a arrastrar la transparente gelatina despojada por el mar.
Brujo, busco refugiarme de su llamado de sirenas. A medio camino entre el agua y la ciudad, desde el toallón todo es arena, calor, color y juego.